26.06.2013 15:26

De Tacubaya a Tlalpan

Qué magnificente, qué brillante, qué imponete. Qué magestuosamente se despierta día a día la Ciudad de México, ese mounstro dormido que presume de su mezcla cultural y alegórica, y que vibra tan fuerte y estridente como sus homólogas en otras partes del mundo.

Silenciosa al amanecer, va poco a poco iniciando su trayectoria en aumento, avanzando, por una rampa consistente. El sonido va aumentando, las calles se van llenando, las personas se van acumulando; todos como si algún ser supremo invisible orquestara cada uno de sus simples movimientos. Tiempos y movimientos, fluidez que no se espera en donde la muchedumbre puede a la distancia parecer caos, un caos organizado, bien planeado que demuestra lo opuesto a lo pensado.

Armonico es el sonido, o algunos lo llamarán estruendo, pero igual entre el tráfico, maquinaria, peatones, música entre otras cosas se puede percibir las notas y ritmos que estos producen. El mounstro despierta por completo y mantiene sus transitadas avenidas en un estado general de estupor, casi al borde del zombismo. Hasta que se sacude y poco a poco sus habitantes encuentran esto un poco incomodo, y pasan a unos pequeños instantes de histeria, que poco a poco se vuelve a un estado de reposo y el sonoro ruido del tráfico va siendo reemplazado por la competencia de música y ambiente, de aquellos lugares que sugieren un refugio nocturno, para los sueños de los habitantes de la metrópoli.

Icónica en su totalidad, los mercados y calles se llenan de puntos donde el presente y la historia convergen y te permiten vivir una realidad no muy real. Se puede observar con ojo crítico a tu alrededor, y de pronto sentir que no estas en esta vida, si no en alguna del pasado, ver patrones repetirse y costumbres arraigarse, pero tambien ves emerger nuevas costumbres, nuevas ideologías. Es ese lugar donde el tiempo se quedó atrapado para formar un circulo que nunca terminará. El corazón de México, aquel lugar que late y hace respirar al país. 

El mounstro va dislocando sus sentidos hacia la noche, elevando su mirada a las estrellas, perfeccionando sus sonidos, más claros, pero igual de estruendosos, y cerca de lo más alto de la madrugada duerme y descansa, aunque solo sea por unos minutos, unos pocos minutos donde reina la paz, esa paz casi real, que se oye molestada por una que otra sirena a lo lejos. Pero duerme unos minutos, para descansar, y poder recuperar la energía para iniciar un nuevo día. Así una y otra vez sin parar. 

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